No voy a negar que mi primera aproximación a la propuesta de Juan Cabandie de prohibir la venta de Cajitas Felices que mezclen hamburguesas con juguetitos fue tomármelo por el lado de la chacota (y ya que estoy en tren de confianza, admitir también que fue mi segunda y tercera aproximación). Sin embargo, el notar que no compartía la opinión con Lucas Llach (quien, no tengo vergüenza de admitir, logra convencerme de casi todo. Y ruego no buscar dobles sentidos en esta afirmación), me obligó a pensarlo un poco más en detalle.
Mi primera impresión es que Cabandié busca con esta propuesta replicar el debate mediático que también se está dando en lugares como San Francisco , Nueva York y Santa Clara, California . Allí también, y en medio de debates bastante acalorados, las autoridades prohibieron o buscan prohibir la combinación de juguetitos con alimentos que no cubrieran estándares nutricionales mínimos. Este punto en sí mismo, sin embargo, es un no argumento para criticar, no sólo porque no es mi rol juzgar intenciones, sino porque, si la medida es buena, bienvenido sea el debate mediático.
De todas maneras, no me resulta obvio que la situación que da origen al debate en los Estados Unidos sea similar a la que vivimos en Argentina. Allí, a tan solo U$D 3 en un país con un nivel de salarios varias veces superior al nuestro y problemas epidémicos de obesidad infantil, la cajita feliz es un bien de consumo masivo. Aquí, en cambio, a casi $30, el consumo frecuente de cajitas felices es casi casi un bien de lujo. La pregunta que dejo abierta, y para la cual no tengo una respuesta, es ¿Hay en el país un exceso de consumo de cajitas felices en los niños?
Supongamos que si y que hay un problema de salud pública que merece una regulación. ¿Es la regulación propuesta una que cumple con sus objetivos y tiene un “resultado social” positivo? Aquí algunos apuntes de microeconomía básica.
El punto de partida es diagnosticar que, al no incorporar el daño que genera el consumo de cajitas felices de sus hijos a la sociedad, los padres brindan un mayor nivel de hamburguesas chatarras del socialmente óptimo. La fuente de daño social puede ser variada y va desde una “menor productividad social” del niño que en su adultez será gordo al impacto que la mayor incidencia de gordura generará sobre los costos de la salud pública.
Ahora bien, al dirigir la regulación al marketing, el supuesto subyacente es que está “sobredemanda” de cajitas se da porque la combinación de hamburguesa con juguetito altera las preferencias de los niños (y de los padres) y los hace comprar más de lo que comprarían si no existiera el pack feliz.
Ahora bien, ¿Cómo se reparten los costos y beneficios sociales de una prohibición lisa y llana de la cajita feliz?
En primer lugar tendremos el impacto positivo. Tendremos niños (y luego padres) que, sin juguetito, ya no querrán comer comida chatarra en McDonalds. Menos consumo de hamburguesas, menos diabetes, sociedad más feliz. Sin embargo, el “resultado social neto” dependerá de que este beneficio sea mayor a dos costos que se derivan de la regulación. En primer lugar, habrá niños que seguirán queriendo comprar hamburguesas pero ya no tendrán su juguetito (lo cual, convengamos, es malo). En segundo lugar, habrá niños que ya no comprarán hamburguesas pero las sustituirán por cosas igual de perniciosas o peores (por ejemplo, un chori de un carrito en costanera).
Si son más los niños que abandonan la hamburguesa y lo reemplazan por comida más saludable en relación a los que siguen comiendo sin su juguetito, el beneficio total será positivo. Caso contrario, la regulación nos deja peor que antes. Es decir, y para ponerlo de forma bien inentendible, que el resultado final de la medida dependerá de la elasticidad de la demanda de las hamburguesas de McDonalds y de sus sustitutos en relación al juguetito de la cajita feliz. Todo bastante técnico, pero no por ello menos cierto.
Ahora bien, para que no sean todas pálidas. ¿Cómo diseñar una regulación que tenga los impactos positivos de la medida (que haya menos nenes comiendo las hamburguesas) y no los negativos (que haya otros que se queden sin juguetito)? La clave es que, en vez de apuntar a disminuir el set de opciones de los padres (esto es, prohibir la cajita) hay que aumentarlo buscando, a la vez, eliminar el impacto que el marketing tiene sobre las preferencias de los niños.
¿Y cómo se logra esto?
Simple. En vez de prohibir la cajita feliz, lo que hay que hacer es obligar a McDonalds a que, si quiere tener un pack Cajita Feliz, tiene que ofrecer compulsivamente y por separado los juguetes y las hamburguesas. De esta manera se logra que el padre que compraría igual hamburguesas sin juguetito pueda darle un juguetito a su hijo y que el padre que compraba la hamburguesa solo por el juguetito pueda satisfacer su deseo y salir del local para alimentar a su hijo en la cadena de comida naturista más cercana.
Es decir, el secreto de la regulación no es acotar el set de opciones de los padres. No es que el Estado te prohíba lo malo sino, en cambio, que te corrija incentivos y agregue oportunidades para que, solitos, padres e hijos elijan opciones socialmente mejores.
Voila. Todos ganan (menos Arcos Dorados, claro)
Atte
Luciano
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