domingo, febrero 21, 2016

Un manto oscuro sobre la realidad del país

Les comparto mi columna de hoy en la Nacion

La manipulación del índice de precios al consumidor del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) está desde 2007 -cuando comenzaron a publicarse las mediciones apócrifas- en el foco de atención. Cualquier ciudadano sabe y percibe que, desde hace casi diez años, el Indec miente sobre la inflación. Sin embargo, y paradójicamente, dentro de las infamias, la manipulación del índice de inflación se encuentra entre las que tendrán consecuencias menos permanentes, sobre todo porque el dato oficial logró sustituirse con cierto éxito al existir tanto fuentes oficiales alternativas como mediciones privadas relativamente fiables.

La administración que fue liderada por Norberto Itzcovich afectó, con una combinación de acción, omisión, dolo e impericia, casi la totalidad de la producción estadística. En ese sentido, es difícil encontrar algún indicador oficial que salga del instituto que no esté viciado o presente sospechosas irregularidades.

Así, por ejemplo, hay serias sospechas sobre la medición del producto bruto interno (PBI). Es decir, no sabemos cuánto creció la economía ni en su conjunto ni en sus partes, qué pasa con la construcción, con el comercio minorista o con la industria. La ausencia de datos obliga a trabajar con otras fuentes secundarias, que ayudan pero no reemplazan el dato oficial. De las cuentas nacionales podríamos saber cuánto se invierte, se consume y se ahorra, algo que hoy nos está vedado. No conocemos el reparto de ingreso entre capital y trabajo, la presión tributaria o el tamaño del déficit fiscal o de la deuda externa con relación al de la economía.

Así, todo índice que utilice el PBI en sus cálculos, algo muy común al realizarse comparaciones internacionales, está viciado. Asimismo, las recientemente publicadas estadísticas de comercio exterior, con datos ya revisados por la nueva administración, confirman lo que siempre se sospechó: que desde 2013 el Indec había sobreestimado las exportaciones en alrededor de US$ 4000 millones por año.

La alteración menos visible pero a su vez más irreemplazable es la de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), donde se relevan trimestralmente ingresos y condiciones de vida de 65.000 hogares de todo el país. No hay sustituto perfecto para esta encuesta -lo mejor que hay disponible es el trabajo del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA)- ni forma de reconstruir una foto mal sacada. La EPH es un gran compendio de anomalías, sesgos y resultados inconsistentes como, por ejemplo, subas inentendibles de los salarios de trabajadores en negro muy por arriba de los registrados, la desaparición de la muestra de una cantidad inexplicablemente alta de hogares pobres en 2012 y 2013, o la aparición de un extraño número de personas que habían encontrado empleo sin haber aparecido nunca como buscándolo.

La manipulación de la EPH genera un bache estadístico en innumerable cantidad de indicadores, bache que nunca podrá cubrirse. No sabremos nunca cómo fue la distribución del ingreso ni qué pasó con la pobreza y la indigencia. Hay oscuridad para una década sobre la situación del mercado laboral. No sabemos cuál fue el salario o la cantidad de trabajadores informales, ni siquiera sabemos si esa cantidad sube o baja. No tenemos datos confiables de empleo y desempleo, ni de que pasó con la subocupación, no conocemos la situación de precariedad en los jóvenes o cómo se reparten pobres y desocupados por grupo etario, nivel educativo o género. Esto también afecta los estudios de impacto de las políticas sociales (como la Asignación Universal por Hijo o la moratoria previsional), donde usualmente la EPH es una fuente clave de información.

No hay antecedentes en democracias republicanas de una degradación institucional equivalente a la del Indec, y sólo se encuentran en regímenes autoritarios -como en Chile durante la dictadura de Pinochet- o con Estados fallidos, que abandonan su rol de proveedor de este bien público. La destrucción del Indec convirtió el dato en una opinión y la realidad en algo maleable a conveniencia, amparado por un Estado que, sin herramientas, pretendía ser grande, eficiente y estar presente. Enorme oxímoron.

La tierra arrasada convierte a la reconstrucción del Indec en una tarea larga y repleta de desafíos, donde las necesidades técnicas colisionarán con las políticas. Esperemos que la nueva administración esté a la altura de las circunstancias y aproveche la gran oportunidad que tiene para revertir esta triste historia y contribuir a que se haga justicia allí donde algunos se creyeron por encima de la ley.

sábado, febrero 20, 2016

La agenda que el ministro postergó

Les comparto mi columna de hoy en Perfil


El paso de los meses permite hacer balances de la gestión. Hagamos un raconto. En poco tiempo, se flexibilizó el acceso a dólares financieros y se devaluó el peso oficial. Se relajó con ello parcialmente el evidente atraso cambiario, conteniendo la mayor dolarización con una fuerte suba de tasas de interés. Se avanzó también en la resolución de la herencia de litigios con acreedores externos con el fin último de recuperar acceso al financiamiento y, en el ínterin, se mostró capacidad para obtener multimillonarias líneas de crédito externo. Arreglar al golpeado INDEC fue también prioritario, con implementación de mejoras en la medición de la inflación y del nivel de actividad. También se corrigieron las distorsiones más visibles de precios relativos: En poco tiempo vimos quitas de subsidios y ajustes de tarifas y naftas.

Sin embargo, la suma de devaluación, ajustes tarifarios y un relajamiento de los controles de precios tras la apresurada partida de la gestión anterior llevó a un trimestre con inflación acumulada de dos dígitos, con fuertes impacto en la capacidad de compra del salario y señales evidentes de recesión.

Creerá el lector que hablo de los primeros 70 días de la administración Macrista pero no. La activa agenda recién descripta no es otra que la del ex ministro Axel Kiciloff tras asumir a fines de 2013.

Recordemos. A comienzos de 2014 (febrero y mayo de 2014), acuerdos sin quita ni plazo de gracia con Repsol y Club de Paris buscaron, fallidamente, mejorar el acceso al crédito voluntario. La suba de tasas de interés de 15% a 29% entre diciembre del 2013 y febrero del 2014 no logró volver atractivo al peso, ni el intento de relajar el cepo en enero de 2014, cuando se lanzó el dólar ahorro, reducir la brecha cambiaria. La multimillonaria toma de deuda con China por USD 11 mil millones tampoco pudo evitaron la sangría de las reservas.

El fuerte ajuste de tarifas que Kiciloff implemento tras su llegada para el gas (284%), el agua (406%), los colectivos (66%) o los trenes (100% para la línea San Martin) hicieron poco por mejorar las cuentas fiscales, cuyo déficit pasó de 3.0% en 2013 a 4.3% en 2014. Fallo también el ex ministro en su intento al devaluar 31% e diciembre de 2013 y enero de 2014. La ganancia de competitividad cambiaria se había perdido completamente en septiembre, con una inflación que llegó a picos a 40% y salarios que ese año crecieron 30%. Tampoco el INDEC logró recuperar su credibilidad, con un flamante IPCNu que lanzado con pompas en enero subestimaría 15% de inflación en 2014 o un nuevo PBI que escondió la caída de entre 2% y 3% del nivel de actividad de ese año.

A mediados de 2014, cuando el grueso del shock inflacionario del primer trimestre había quedado atrás - en mayo la inflación mensual estaba nuevamente en el rango 2.0%/2.5% y con tendencia a la baja - la economía recibió un nuevo golpe. Los incipientes pasos de normalización macrofinanciera chocarían en julio con el fallo del Juez Griessa y “el default que no fue default” que, aun habiendo sido estudiado en profundidad, llevó a una nueva ronda de contracción económica durante el tercer trimestre. Recuérdese por ejemplo que el blue, termómetro de la incertidumbre cambiaria, pasó de ARS 11 en mayo a ARS 16 en octubre. Con ello, el año cerraría con una caída de alrededor de 2.5% en el PBI.

A partir de entonces, la estrategia viraría hacia una procrastinación con atraso del tipo de cambio, anclaje de tarifas, creciente endeudamiento, mayor represión financiera y más estrictos controles de precios y deterioro fiscal a niveles insostenibles

Más allá del ejercicio de memoria, recordar la experiencia fallida de los últimos dos años es una referencia valida de comparación sobre todo porque, en 2016, el nuevo gobierno ha decidido retomar aquella agenda del primer Kiciloff, aunque con algunas variantes que permiten prever que esta vez sí podría ser exitoso.

Al igual que en 2014, el primer trimestre de este año vive el shock inflacionario y el impacto contractivo del combo devaluación, relajamiento de control de precios y ajuste de tarifas. Aun cuando el traslado a precios ha resultado menor al de 2014, los salarios perdieron contra la inflación, en los últimos tres meses, alrededor de 5% de su capacidad de compra, caída que explica las incipientes pero cada vez más evidentes señales de desaceleración económica.

De repetirse el patrón de 2014, las consecuencias sobre el consumo deberían comenzar a menguar durante el transcurso del primer semestre, a medida que las paritarias recompongan poder de compra y que la inflación ceda respecto a los picos de diciembre y enero, algo que ya ha comenzado pero que resultará más visible hacia abril o mayo. Es optimista pensar que el consumo puede terminar el año con crecimiento, pero no que con el pasar de los meses recupere al menos parcialmente lo perdido.

Sin embargo, y en contraste con 2014, Argentina de 2016 tiene como as de espada el impacto expansivo que, sobre la inversión y las exportaciones, debería tener la exitosa salida del cepo, la esperable resolución del juicio de los Holdouts, la mejora en la competitividad cambiaria, la activa agenda internacional o los ambiciosos programas de infraestructura, entre otras medidas.

El camino a la recuperación no está exento de riesgos ni la actual administración es inmune a la posibilidad de tomar decisiones accidentadas. Argentina vive, en este primer trimestre de 2016 lo que posiblemente sea el peor momento del año, secuencia temporal (contracción hoy, expansión mañana) que complica tanto capitalizar políticamente los hitos de la gestión como la construcción de credibilidad, proceso que llevara tiempo.

Sin embargo, en sus grandes lineamientos, el nuevo gobierno ha acertado el diagnostico. Relajar exitosamente la restricción externa – la crónica escases de dólares - alejará el escenario de crisis de balance de pagos que, siempre latente, amenazó la estabilidad macroeconómica del último lustro y fue, posiblemente, el mayor factor detrás de casi cinco años de estancamiento. Por ello, si Argentina crece en 2016 será fruto de desandar el aislamiento autoimpuesto durante la segunda presidencia de Cristina Kirchner o, en otras palabras, ser exitoso en esa agenda de reinserción que quiso pero no pudo hacerse en aquel verano de 2014.