Hoy Miércoles, el Central dio sobre el cierre de la jornada bursátil, una señal fuerte, devaluando en menos de media hora $0.25 (3.6%) el tipo de cambio oficial, hasta $ 7.12. Después de casi dos meses de un goteo a buen ritmo (sin contar el salto de 25 centavos, 0.36% diario en 20 días, 0.32% desde que asumió Fabrega) el movimiento de hoy podría marcar el fin del gradualismo hacia algo más acelerado. Al respecto algunos apuntes desordenados.
Una vez tomada la decisión de devaluar (e incorporada en las expectativas de la gente) el gradualismo (también conocido como “la tablita”) es una mala idea. La tablita (digamos, una devaluación de 5%/6% mensual) implica convertir al dólar en una apuesta segura que deja en desventaja a los usos alternativos de los fondos. Alcanza con pensar el desproporcionado desarbitraje que existe, por ejemplo, con un depósito a plazo fijo que pague entre 1.5%/2.0%.
Los efectos negativos de este desarbitraje son muchos y se combinan con la brecha cambiaria para generar un escenario recesivo e inestable. Retrasa exportaciones (por ejemplo, la venta de granos) y acelera importaciones, incentiva subfacturación de expo y sobrefacturación de impos, desincentiva el consumo y la inversión, pone en riesgo el fondeo de los bancos, invita a bicicletas financieras (que pone recursos en actividades estériles) y a retrasos en las cadenas de pagos. En definitiva, no puede durar demasiado en el tiempo sin tener efectos perversos sobre la actividad económica y el propio objetivo de estabilizar el balance de pagos.
Además, el camino gradual a esta velocidad, galope muy lejano del aquel trote lento de los últimos años, incrementa la incertidumbre respecto a los precios relativos, o dicho de otra manera, vuelve más dudosa la respuesta a la pregunta “¿Dónde termina la suba del dólar?" Cada precio que se decide con el ajuste gradual en curso es un precio que puede quedar mal parado cuando la devaluación finalice, dando inicio a una nueva ronda. Así, la incertidumbre de precios relativos invita a ajustes preventivos
Frente a este escenario, una devaluación rápida y definitiva para llegar al precio objetivo es una mejor alternativa. Si el Banco Central hubiera decidido, por ejemplo, que quiere un dólar a fines de agosto $9.0 (equivalente a una devaluación de 5.0% durante entre enero y ese mes) ¿Por qué no llevarlo a $ 9.0 hoy y fijarlo de aquí a agosto?
La respuesta obvia es el riesgo de contagio. El gobierno puede resultar incapaz – sea por voluntad o capacidad política- de sostener en el tiempo un esquema distinto de precios relativos (digamos, en orden decreciente de suba: dólar, tarifas, precios, salarios, tasas) lo cual implica que el intento de mejorar el tipo de cambio real resulte no solo estéril sino contraproducente, en tanto los reacomodamientos de precios relativos implicarán más inflación.
Por eso es indispensable que el gobierno acompañe este esfuerzo por reacomodar el tipo de cambio real - sin el cual el riesgo de desbarranco de aquí a 2015 es bastante alto – con señales claras que nos ayuden a coordinarnos. “Señores, la economía esta nominalmente en riesgo” debería más o menos decir la señal “Así que busquemos la forma de que el tipo de cambio se quede allá arriba, las tarifas eléctricas acá, los precios por aquí y los salarios no más allá de acá. Nosotros nos comprometemos a que el Banco Central no monetizará más de tanto, y buscaremos contener el impacto social retocando este plan y aquella jubilación”.
Parece algo muy complejo, pero coordinar al sector privado y mediar en las pujas distributivas es justamente el rol que uno espera del Estado. El gradualismo ya no sirve, y la “terapia de shock” requiere un capital político y una capacidad de sintonía fina que no es obvio que el gobierno tenga. Por eso, los próximos tres meses, cuando los nuevos precios relativos y las reacciones defensivas sean más evidentes, son críticos.
Hay que pasar el verano.