En el
que fuera el post más comentado y visitado de los casi cuatro años de historia de ESC, Genérico expuso los principales lineamientos de la hipótesis de la gente de “inflación heterodoxa”.
Entre los diversos corolarios que pueden extraerse de la propuesta, una especialmente interesante es que, si efectivamente la dinámica inflacionaria puede explicarse por la combinación de inflación importada con un proceso de puja distributiva, entonces tal vez no sea tan grave. En definitiva, lo que tendríamos es un fenómeno exógeno y no manejable como la importación de inflación y otro hasta socialmente defendible, como es la lucha de los menos favorecidos por mejorar su posición relativa en la sociedad.
Sin embargo, esta hipótesis tiene, a mi entender, dos debilidades casi fatales.
La primera de ellas ya fue
mencionada en los comentarios. Está parecer ser una hipótesis completamente ad-hoc que, aún si se ajustara al periodo que busca explicar, falla el encontrarle una explicación a los diferentes niveles inflacionarios en países distintos o en el mismo país en distintos momentos del tiempo.
En segundo lugar, la hipótesis tiene, creo, un hueco importante en su argumentación. No alcanza con que haya puja distributiva para propagar un proceso de suba de precios. Para ser inflacionaria, la puja debe ser inestable, esto es, debe cambiar cíclicamente el sector o grupo social que toma la delantera. Si, por ejemplo, sólo tuviéramos presión sindical por la suba de salarios, lo que observaríamos sería un salto de nivel en los salarios reales. La inflación se produce, en cambio, cuando tras haber conseguido uno de los contendientes una mejora, la contraparte recupera terreno para volver a foja cero (en este caso los empresarios subiendo los precios).
Permítanme darles un ejemplo de lo que estoy hablando.
Brasil experimentó, desde que asumiera Lula hace ocho años, el proceso más intenso de mejora distributiva y combate a la pobreza desu historia reciente. El Gini de Brasil cae desde 0.59 a 0.54, en una mejora incluso más fuerte a la de Argentina desde el peor momento de la crisis en 2002 hasta 2007. La pobreza e indigencia, por su parte, caen 12% y 8% respectivamente.
Gran parte de estas mejoras surgen de la redistribución primaria del ingreso, esto es, de aquella que se origina en el mercado de trabajo. el salario real crece 30% durante el periodo de Lula (tras una caída del 18% durante los cuatro de años de crisis) y el desempleo toca los mínimos de los últimos 15 años.
El entorno en Brasil, entonces, era propicio para el desarrollo de un proceso de puja inflacionaria, montada sobre la misma inflación importada que habría afectado a Argentina. Sin embargo, durante todo el periodo de Lula, la inflación promedio fue de 6.5% por año (y de 5.3% si excluimos 2003), en un país con una historia inflacionaria equivalente a la argentina (y su última hiperinflación en 1994).
Entonces, con tan sólo cinco gráficos tenemos todos los elementos para plantear el interrogante ¿Por qué en Brasil no se vivió un proceso inflacionario como en Argentina, impulsado por la puja distributiva?
Tengo dos hipótesis al respecto, no necesariamente excluyentes.
La primera de ellas, que no es incompatible con la hipótesis de “inflación heterodoxa”, es que Lula canalizó tempranamente las demandas distributivas a través de la redistribución secundaria del ingreso, esto es, la que surge de la política fiscal. A pocos meses de asumir Lula pone en marcha, en el marco de los programas de “Hambre cero”, el Plan “
Bolsa Familia” de transferencias directas a más de 47 millones de beneficiarios.
Ésta ampliación de la cobertura del Estado de Bienestar permitirían explicar no sólo el equilibrio en la puja distributiva, sino gran parte del fenómeno Lula, que tras ocho años de gobierno abandonará en enero el cargo con más de 80% de aceptación.
La segunda explicación, en cambio, es menos “heterodoxa” y, revisando el archivo, veo que ya
escribí sobre ella acá.
La puja distributiva requiere una convalidación de la macroeconomía para convertirse en inflación. la inflación por puja distributiva es inflación de demanda y viceversa. Esto es, sin una política macroeconómica que acompañe las sucesivas etapas de la puja, las mejoras distributivas no tienen porque convertirse en inflación.
Esto es, justamente, lo que se observa en Brasil, país que combinó una micro relativamente heterodoxa (diversos planes de desarrollo, creciente rol del BNDES, controles de capitales, subas en el salario mínimo, regulación pro-Petrobras de la explotación petrolera, entro otras) con una macro “prudente” (diría “ortodoxa” pero no le veo lo ortodoxo a hacer política anticíclica).
Aunque la gestión macro no está exenta de sus bemoles (en particular de cara a 2011) en términos generales combinó (i) una exitosa implementación de targets de inflación, que implicó, durante largos periodos, fuertes subas a las tasas de interés de referencia (ii) política fiscal prudente y persistentemente superavitaria, sin recurrir
al consumo de stocks (o
acá), incluso tras los impulsos fiscales de 2009 (iii) acumulación precautoria de reservas que ascienden hoy a U$D 250 mil millones, entre otras particularidades de la macro que no describo aquí por falta de espacio y tiempo.
Así, Brasil acumula en las ultimas dos decadas un crecimiento exactamente igual al argentinoi (75%), con una volatilidad sensiblemente inferior y, sobre todo, con estabilidad nominal y sin la acumulacion de presiones inflacionarias que vemos en nuestro país. Creo, personalmente, que el caso de Brasil, como el de otros países de la región, son un contraejemplo sólido a la hipótesis de “inflación heterodoxa”. Tenemos, bien cerca, el caso de un país que ha logrado (como
Chile,
Uruguay o
Bolivia) combinar el mandato distribucionista de un gobierno progresista con una gestión prudente de la macro y buenos resultados en términos económicos.
Esta combinación parecería también traer sus
réditos en términos políticos. A diferencia de Alan Garcia (que no logró transferir el “milagro peruano” a mejoras de los indicadores sociales), Chavez o los Kirchner (que cometieron groseros errores en la gestión de la macroeconomía) todos los casos exitosos se convirtieron en caudales de votos y popularidad.
Con todo lo dicho, una pregunta no respondida queda pendiente ¿Cómo hacemos en Argentina para combinar nuestras (por suerte) elevadas expectativas en términos sociales con una gestión macroeconómica racional?
Sin más, saluda atte.
Luciano (aka. Elemaco)
*Es anticlimático elogiar a Brasil en mitad del mundial, pero bueh, el show debe continuar.