Si me pongo a pensar, creo que rompí el cascarón de mi conciencia económica en diciembre de 2000, aun con el recuerdo fresco de los abrazos pavotes de flamantes egresados, grandulones nabos de 17/18 añitos, con la lacrimógena "amigos" de los enanitos verdes sonando de fondo.
Así como salí del colegio me metí a laburar. Desde fines de ese año y durante 3 años, compartiría 6 horas diarias con mi abuelo, en su cuatrogenaria empresa de bienes raíces.
El escenario no sería el mejor. A mi entrada saldrían por la puerta chica, con el rabo entre las piernas y una demanda penal que finalmente no prosperaría, la tesorera y el gerente, que desde hace 20 años administraban la empresa. Y así quedamos, el aun imberbe Elemaco, mi octogenario abuelo, la secretaria de vos bajita, un cadete también octogenario que subía siete pisos corriendo la escalera y fallecería un año más tarde, un vendedor catalán que se aprestaba a jubilarse, otro misionero, de acento guaraní y en el teléfono los inversores/acreedores a los que les debíamos hasta el alma. De los clientes ni noticia.
Desde hace 40 años mi abuelo conseguía un inversor, compraba un loteo, lo fraccionaba en parcelas de 6000 / 8000 ms2 y se lo vendía muy muy financiado y con muy pocos requisitos a los laburantes. Casi casi casi como el Subprime Yankee. Lote de 20X30, a una cuadra de la avenida colon en Monte Grande, 1500 al boleto y 120 cuotas de 200, como para darle un orden de magnitud.
Teniendo como target a las clases bajas, Vivió su época de gloria durante la ISI y transformo a un inmigrante ucraniano que llego escapando de los Progroms en un nuevo rico. A principios de los ochenta lo estafaron por primera vez, con un saldo no solo económico sino emocional, que le duraría varios años y posiblemente hasta hoy, por ser el victimario socio y amigo desde hace 30 años,. Sin embargo levanto cabeza. Su buena reputación, chapada a la antigua, le jugo a favor.
A fines de los ochenta llegaría a su segundo pico, aunque bastante más bajo que el anterior. Los noventas serian testigos de su decadencia, y sin embargo votó a Menem siempre que pudo, incluso en 2003, porque con él pudo conocer Europa.
Con el nuevo milenio llegaría su nieto, la última esperanza blanca.
El panorama no podía ser más desolador. De la cartera de más de 200 clientes que debían pagar sus cuotas mensualmente, no había 20 que estuvieran en regla, y era poco lo que podía hacerse al respecto. Llegaba la señora con sus 4 hijos, que esperaban afuera del cubículo que hiciera de oficina. Frente a ella, un aun mas verde que hoy Elemaco, que todavía no lograba acostumbrarse a andar de pantalón y camisa. Ni ella ni su marido (si existía) tenían laburo, tal vez alguna changa. En el 2001 cambiarían la frase por un "Tenemos nada mas un Plan Jefes y Jefas".
-¿Y qué hacemos?- preguntaba yo, casi con vergüenza - Puedo proponerle la siguiente refinanciación (que luego sería rebotada por el propietario del lote, desde ya)...
La respuesta inevitable era que no podía ni siquiera comprometerse a pagar eso y si lo hacía, la tenia de nuevo sentada frente a mí a los 30 días. Cuando le explicaba que el contrato estipulaba que un atraso de 3 meses nos autorizaba a rescindir la operación y que su atraso de un año y medio no nos daba mucho margen, recurrían al siempre efectivo recurso...
-No nos puede dejar en la calle, señor - porque, aunque sonaba cómico, me decían señor, mientras de reojo miraban a los 4 pánfilos que inquietos esperaban afuera, jugando en el piso, riéndose ruidosos, tomando agua en el Sparkling (antes de que lo diéramos de baja) o mirándome fijo con caras compungidas cuando habían sido entrenados para ello.
Llegado a ese punto, y totalmente superado por la situación, me paraba y me dirigía hacia la oficina de mi abuelo, quien se asomaba a la puerta, miraba el panorama y espetaba un:
-Dejala, elemaquin - Usando diminutivos que me quitaban AUN MAS autoridad frente al cliente - que vuelva en 2 meses y algo arreglaremos.
Y así seguimos, durante dos años vendimos 3 lotes, cuando una cifra de 50 / 60 en el mismo plazo era necesaria para que el negocio tuviera sentido. Cancelamos el Sparkling, transformamos las dos líneas telefónicas en una, nos atrasamos con la librería, con las cargas sociales de los empleados, quienes recién recibirían un aumento a fines de 2003 y con los inversores, quienes verían su cobranza varios meses después de percibida (espero que ninguno lea esto y se arme la gorda).
Habiendo dedicado su vida a ello y al borde de la quiebra, mi abuelo no podía evitar los pensamientos suicidas. Lo natural era que los hijos vieran morir a los padres, y no al revés, y el veía agonizar a su creación (uff, se me piantó un lagrimón). A mediados de 2002, esos pensamientos se condensarían y se transformarían en una neumonía que lo tuvo un mes en terapia intensiva, más cerca del arpa que de la guitarra, como decía él cuando finalmente despertó y repetiría a todo el que tuviera oído para escuchar seis meses después, cuando volviera a la oficina.
En el medio, Elemaco, con crisis emocional galopante, trataba de mantener los platitos girando sobre los palos, con un éxito relativo.
Pero, por suerte, lo peor había pasado. Aparecería en escena un antiguo colega de mi abuelo que, desde una posición más desesperada que la nuestra, se ofreció a ayudarme y ayudarnos. Desde ese momento, con altibajos pero derivada primera positiva, recibiríamos algunas noticias positivas (todo resultado de sudor y esfuerzo, desde ya). La cobranza comenzaría a normalizarse, surgieron las primeras ventas, renegociamos nuestras deudas, se resolvió el siempre presente entuerto de la pesificación, etc etc.
Cuando me fui en 2003, la maquinita de crecer se había prendido y mi abuelo se apoltronaba de nuevo en su sillón, aunque ahora con una tímida sonrisa donde antes había labios apretados.
Cuatro años después, cuando voy a visitarlo (menos de lo que debería, !mala mía!) veo con alegría que la cosa marcha. No es lo que era y tampoco necesita serlo, pero es lo suficiente como para darle al viejo esos últimos años (que dios quiera sean muchos) de dignidad que se merece (piantóseme otro lagrimón).
¿Y cómo corno llegue a escribir este post? Lo releo y digo "Mierda Elemaco, ¿Qué te paso? ¿Te me amariconaste?"
Prepárense porque ahorra arruino todo.
No puedo evitar relacionar esta historia, que creo debe repetirse de a millones en todo el país, con la presidencia K. Pero ojo, se que K tuvo poco que ver, no solo con mi abuelo sino con el panorama general. No voy a decir que no tuvo nada que ver, pero tampoco endiosarlo y darle más merito que el que se merece.
Es así. Un mecanismo psicológico medio básico y que lleva, muchas veces, a decisiones equivocadas. Mi abuelo lo votó a Menem porque recordaba su viaje a Europa, y yo lo votare a Kirchner porque recuerdo a mi abuelo.
Saludos de un Elemaco Emblandenguencido