Segunda apostilla en ESC de Aia Ray, nuestra amiga entendida en temillas de Comercio Exterior, que aquí nos desburra nuevamente sobre la situación comercial Brasiloargentina.
Déjà vu, Déjà vécu… Dejá BrazúK - Por Aia Ray
Una vez más abrimos el diario y leemos sobre una guerra comercial con Brasil.Una vez más escuchamos sobre represalias comerciales, enfrentamientos y sobre una pelea desigual contra nuestro mayor socio comercial. Una vez más nos adentramos en una nube de caos y confusión que parece tener un solo mensaje nítido: “guerra comercial con Brasil”=”Argentina pierde”.
Si bien nadie podría dudar de la veracidad de la igualdad precedente, sí podemos dudar de la existencia de una guerra comercial con nuestro principal socio. En efecto, según mi humilde entender, no sólo no existe tal guerra, sino siquiera una batalla. Es sólo un poco más de la misma película que ya hemos visto varias veces, esa que se llama “La mentira del Mercado Común del Sur que nunca fue siquiera una Zona de Libre Comercio”.
¿Por qué digo que no es una guerra? Lo que hemos visto en estos días no es una represalia como tal en tanto Brasil tan sólo incluyó algunos productos más al régimen de licencias no automáticas (LNA) que aplica a muchos bienes.
El sistema de LNA, a diferencia de otras medidas comerciales, es de carácter universal, es decir que NO discrimina según el origen. Todos los productos alcanzados por esta medida requieren de una certificación previa, sin importar el país de su procedencia. A mi entender, las represalias deben estar dirigidas a un país específico e implicar una verdadera traba al ingreso de los productos, como lo fue el año pasado el caso con China, cuando se dejó de comprar específicamente aceite de soja argentino.
Este mecanismo de LNA, aceptado por la Organización Mundial del Comercio (OMC), implica que los productos precisan de un trámite previo para poder ingresar al país. Se trata de una barrera no arancelaria, que hace más lenta la importación de estos bienes, la desalienta, pero en ningún caso significa una prohibición. A partir de la aplicación de las LNA, los productos podrán demorarse hasta un plazo máximo de 60 días (es decir, puede ser menos).
Y entonces ¿Por qué la disconformidad de Argentina? El eje de la queja está en que las autoridades locales no fueron avisadas con antelación. En efecto, en un período en que se intenta realizar un esfuerzo conjunto para monitorear el comercio bilateral, con comisiones específicas de seguimiento y monitoreo del intercambio bilateral que tratan los casos que pudieran llegar a afectar el comercio con nuestros socios del MERCOSUR, parece un paso en falso para el desarrollo sólido del mismo.
Pero entonces ¿Brasil no tiene razones para quejarse? Sí, muchas. Sin embargo, sus quejas no surgen no por la aplicación o extensión de nuestro régimen de LNA. En efecto, mientras Argentina aplica LNA al 13% de los productos comercializados, Brasil lo hace a casi el 40%. La disconformidad de Brasil surge por la demora en la entrega de certificados, que en muchos casos se extiende a más de 60 días.
No obstante, no es sólo eso. El mayor problema para Brasil, son el resto de las medidas no formales que aplica la Argentina. En el cuadro a continuación, se puede observar diverso tipo de medidas, entre las cuales, las últimas tres son medidas no formales y no permitidas entre las normas de comercio internacional (Click para agrandar).
Por ello, no hay que confundir las licencias no automáticas con el resto de medidas que se aplican. Las LNA tienen diversas funciones, entre las que se encuentra el monitoreo del comercio que pudiera ser desleal, pero es una medida lícita en el sentido que tiene reglas que se rige por normas internacionales, que es predecible y manejable. No es el caso de medidas tales como la de “importás si exportás”, que lleva a situaciones irrisorias como la de empresas automotrices comprometiéndose a exportar vinos, aceitunas o lo que fuere.
Es éste último tipo de medidas el que afecta profundamente al comercio con nuestros pares. Sin embargo, no sólo nuestros socios se ven perjudicados, sino también los diversos actores económicos locales. Cuando las medidas no están sujetas a ninguna regla, se genera incertidumbre y desaliento que sólo redunda en desinversión y freno al crecimiento.
En conclusión, lo que estamos viviendo no es una guerra comercial, sino simplemente países aplicando medidas según su conveniencia sin importar los esfuerzos conjuntos previos para el llevar adelante el monitoreo bilateral y evitar disconformidades entre los sectores económicos locales. Peor aún, siendo indiferentes a los compromisos asumidos bajo el ala del Mercorsur, ambos países están poniendo en jaque el desarrollo y la verdadera conformación del bloque.
Autor: Aia Ray